El embrague estaba hasta el final. Una mano afirmaba apretadamente el volante y la otra sostenía la falica forma de los cambios. Mi pie se fue soltando de a poco. Mi padre insistía e insistía en que todo tenía que ser firme y despacio, despacio porque yo no sabía. Solté parte del embrague y el acelerador quedó a la mitad. El auto en primera saltó y escapó, se liberó y quiso atentar contra mí. Aunque no le resultó, el miedo se apoderó de la situación. No quise seguir, pero seguí. Todo iba bien, los cambios iban funcionando: Primera, 2da, tercera y 4ta. Venía un auto atrás, mi padre me dijo: No tengas miedo, miralo por el retrovisor.
Choqué, chocó todo de mí. Menos el auto.
Paré, me bajé. Mi papá tomó el volante.
No me gusta manejar.
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